
El de ayer, sin embargo, es de los que realmente duelen. Nada de políticos pasados de rosca diciendo adiós para el alivio de casi todos (Acebes y Zaplana), esta vez es una de las niñas bonitas de los guardianes de la fe de la derecha verdadera, María San Gil. La mismísima Esperanza no ha tardado en echar auténticos camiones de sal a la herida, con el colegio papel radiofónico clamando traición a España desde las azoteas.
Con todo este espectáculo de ruido y furia de estos días, la verdad me extraña que Rajoy no haya enviado a todo el mundo a la..., puesto a otro moderado en su poltrona, y emigrado a Galicia a escribir sus memorias. A este paso, de hecho, no me extrañaría que hiciera eso, estilo González-Almunia en el 96.
El problema, claro está, es que eso no es cerrar una crisis; es alargarla... y eso es lo que Aguirre quiere a estas alturas. El sector liberal-españolazo del PP cree (con razón) que una guerra de desgaste le favorece, y que el congreso no es necesariamente su última oportunidad. Cada vez que meten el dedo en el ojo a Mariano, su valoración en las encuestas de resiente. No tienen que ganar ahora mismo; les basta hacer que su líder sea un juguete roto. Mientras Aguirre tenga barones regionales y notables de partido dispuestos a sacrificarse por la causa (y con el PP fuera del gobierno, hay mucho famosillo sin nada que perder), a Rajoy le van a dar de tortas.

En la foto superior, María San Gil y Mariano Rajoy.