
El simple ataque sistemático, visceral y personalista contra un líder político no conduce necesariamente al gobierno a un partido de la oposición. Se ha evidenciado en las pasadas elecciones generales del 9-M con la reelección del socialista José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno y se probó también el pasado mayo con la elección de nuevo por mayoría absoluta de Heliodoro Gallego como alcalde de Palencia. En los dos casos, el PP y quienes defienden esta oposición contundente como la mejor posible y la más eficaz fracasaron de manera estrepitosa y fehaciente. Se hace necesaria y conveniente otra estrategia y otra disposición, por más que los talibanes del partido y sus adláteres se resistan, porque si lo admitieran sería tanto como reconocer su error. Mariano Rajoy ha empezado a entenderlo, y el nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz del grupo parlamentario del PP es una prueba de ese nuevo estilo. Lo que no significa -no confundir- que no se deba ser duro y vehemente con el propio presidente del Gobierno cuando resulte necesario. En muchas ocasiones. Sin duda. Pero hay que hallar la medida justa, la sabia combinación de críticas personales y de propuestas alternativas de gobierno, el palo y la zanahoria. Siempre ha sido así, y el paso del tiempo, con el inevitable desgaste de quien gobierna, añadido a los cambios de ciclo, terminan por llevar al poder a quien unos años antes le tocó la tarea de hacer oposición.