La austeridad que viene

El petróleo se ha puesto por las nubes y además queda poco. El agua escasea cada día más. La crisis económica está a la vista. Y lo peor de todo es que nadie sabe si esta situación es pasajera y pronto volveremos a la opulencia de los últimos años o si, por el contrario, hemos entrado en una pendiente que no tiene vuelta atrás.

Como es lógico, en situaciones como ésta, lo más razonable es pensar que los hechos tienen más fuerza que las opiniones. Si digo estas cosas, no es para hacer el repugnante papel de “profeta de desgracias”. Se trata de todo lo contrario. Porque ha tenido que llegar este momento y nos tenemos que ver ante un posible precipicio.

Es evidente que el alto nivel de consumo de los últimos tiempos nos ha facilitado muchas cosas y nos ha resuelto muchos problemas. Pero no es menos verdad que el afán de consumir y la increíble necesidad de acaparar nos han complicado enormemente la vida. Y han generado demasiadas desgracias. No hablo de los que pasan hambre. No. Hablo de los que vivimos en la abundancia. El consumo, en efecto, es abundancia. Pero abundancia de cosas. El creciente consumo acarrea a menudo la creciente soledad.

El proceso del que surge la civilización prueba que la evolución tecnológica y la evolución social pueden “disociarse” y avanzar en sentido inverso, la primera como progreso, la otra como degradación (María Daraki).