Los tiempos cambian


El Primero de Mayo, sin duda, ya no es lo que era. En España, durante la época de la Transición, esta fecha marcaba un punto crucial del calendario, pues se ponía de manifiesto, en las calles de las ciudades de nuestro país, las ánsias de libertad y progreso de una sociedad que todavía se sentía asfixiada por la claustrofobia del franquismo.

Pero hoy, en Palencia, el Primero de Mayo sólo destaca en el calendario por ser el día de la tragedia de la Calle Gaspar Arroyo. Las manifestaciones sindicales se están convirtiendo poco a poco en concentraciones; los mítines de los representantes de los trabajadores ocupan de cada vez menos espacio en los medios; la asistencia a los actos del Día del Trabajo va, año a año, decreciendo exponencialmente; y el desencanto de la clase trabajadora, paralelamente, va en aumento.

Ante esta situación, se reabre el debate, no ya sobre el Trabajo en sí, sino en cómo lo entendemos. La cultura política, social y económica de este país ha cambiado tanto en los últimos 30 años de democracia que, como diría Alfonso Guerra, no la conoce ni la madre que la parió. Y, en efecto, hoy los barrios trabajadores de las periferias de las ciudades son muy distintos a lo que eran en su momento; la organización social subyacente se ha transformado hasta tal punto que parece invisible. ¿Dónde están las organizaciones vecinales? ¿Dónde están las agrupaciones sociales? ¿Dónde están las juntas locales y de barrio de los partidos políticos que todavía se autodefinen teóricamente como de obreros? Y, sobre todo, ¿dónde están los sindicatos? Es más: ¿para qué sirven, hoy, los sindicatos?

Hoy por hoy, partidos políticos, sindicatos y juventudes de partidos y sindicatos, necesitan de una urgente y radical reforma si quieren salir de la espiral de desencanto social que, con el tiempo, están creando; y muy especialmente, en las grandes ciudades.

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